Escuela sevillana; 1840-1830. “Magdalena arrepentida”. Óleo sobre lienzo. Presenta importantes repintes. Posee marco de época. Medidas. 63 x 48 cm; 71 x 57 cm (marco). María Magdalena es mencionada en el Nuevo Testamento como una distinguida discípula de Cristo. De acuerdo con los Evangelios, alojó y proveyó materialmente a Jesús y sus discípulos durante su estancia en Galilea, y estuvo presente en la Crucifixión. Fue testigo de la Resurrección, así como la encargada de transmitir la noticia a los apóstoles. Se la identifica también con la mujer que ungió con perfumes los pies de Jesús antes de su llegada a Jerusalén, por lo que su atributo iconográfico principal es un pomo de esencias. En solitario, María Magdalena suele representarse en una variable de la que aquí presentamos, haciendo penitencia en el desierto, arrepentida de sus pecados pasados. La historia de esta santa sirve de ejemplo del perdón de Cristo, y transmite el mensaje de la posibilidad de redención del alma a través del arrepentimiento y la fe. Desde los inicios del siglo XVI se advierte en la pintura sevillana la introducción de nuevos conceptos pictóricos, impulsados por la ideología de la corriente renacentista, que proceden de Italia y Flandes y que penetran a través de la actividad del puerto del Guadalquivir. Propicio para esta renovación artística fue el intenso desarrollo económico que disfrutó la ciudad, merced a sus fecundos contactos mercantiles con América y Europa. La creación de riqueza benefició a todos los estamentos de la ciudad y revirtió en la posibilidad de financiar numerosas empresas constructivas, escultóricas y pictóricas. Atraídos por la posibilidad de encontrar buenos contratos y bien remunerados, llegan a Sevilla numerosos pintores foráneos. Aquí se instalaron artistas alemanes, franceses, flamencos e italianos, fundiéndose sus tendencias en una personalísima escuela local en la que pronto comenzaron también a destacar artistas nacidos en la propia ciudad. Esto supuso una tradición pictórica que favoreció la llegada del barroco a Sevilla, con el triunfo del naturalismo frente al idealismo manierista, una factura suelta y otras muchas libertades estéticas. En este momento la escuela alcanza su mayor esplendor, tanto por la calidad de las obras como por el rango primordial de la pintura barroca hispalense. Así, durante la transición al barroco encontramos a Juan del Castillo, Antonio Mohedano y Francisco Herrera el Viejo, en cuyas obras se manifiesta ya la pincelada rápida y el crudo realismo del estilo, y Juan de Roelas, introductor del colorismo veneciano. A mediados de la centuria se produce la plenitud del periodo, con figuras como Zurbarán, un joven Alonso Cano y Velázquez. Finalmente, en el último tercio del siglo encontramos a Murillo y Valdés Leal, fundadores en 1660 de una Academia donde se formarán muchos de los pintores activos durante el primer cuarto del siglo XVIII, como es el caso de Meneses Osorio, Sebastián Gómez, Lucas Valdés y otros.
Escuela sevillana; 1840-1830. “Magdalena arrepentida”. Óleo sobre lienzo. Presenta importantes repintes. Posee marco de época. Medidas. 63 x 48 cm; 71 x 57 cm (marco). María Magdalena es mencionada en el Nuevo Testamento como una distinguida discípula de Cristo. De acuerdo con los Evangelios, alojó y proveyó materialmente a Jesús y sus discípulos durante su estancia en Galilea, y estuvo presente en la Crucifixión. Fue testigo de la Resurrección, así como la encargada de transmitir la noticia a los apóstoles. Se la identifica también con la mujer que ungió con perfumes los pies de Jesús antes de su llegada a Jerusalén, por lo que su atributo iconográfico principal es un pomo de esencias. En solitario, María Magdalena suele representarse en una variable de la que aquí presentamos, haciendo penitencia en el desierto, arrepentida de sus pecados pasados. La historia de esta santa sirve de ejemplo del perdón de Cristo, y transmite el mensaje de la posibilidad de redención del alma a través del arrepentimiento y la fe. Desde los inicios del siglo XVI se advierte en la pintura sevillana la introducción de nuevos conceptos pictóricos, impulsados por la ideología de la corriente renacentista, que proceden de Italia y Flandes y que penetran a través de la actividad del puerto del Guadalquivir. Propicio para esta renovación artística fue el intenso desarrollo económico que disfrutó la ciudad, merced a sus fecundos contactos mercantiles con América y Europa. La creación de riqueza benefició a todos los estamentos de la ciudad y revirtió en la posibilidad de financiar numerosas empresas constructivas, escultóricas y pictóricas. Atraídos por la posibilidad de encontrar buenos contratos y bien remunerados, llegan a Sevilla numerosos pintores foráneos. Aquí se instalaron artistas alemanes, franceses, flamencos e italianos, fundiéndose sus tendencias en una personalísima escuela local en la que pronto comenzaron también a destacar artistas nacidos en la propia ciudad. Esto supuso una tradición pictórica que favoreció la llegada del barroco a Sevilla, con el triunfo del naturalismo frente al idealismo manierista, una factura suelta y otras muchas libertades estéticas. En este momento la escuela alcanza su mayor esplendor, tanto por la calidad de las obras como por el rango primordial de la pintura barroca hispalense. Así, durante la transición al barroco encontramos a Juan del Castillo, Antonio Mohedano y Francisco Herrera el Viejo, en cuyas obras se manifiesta ya la pincelada rápida y el crudo realismo del estilo, y Juan de Roelas, introductor del colorismo veneciano. A mediados de la centuria se produce la plenitud del periodo, con figuras como Zurbarán, un joven Alonso Cano y Velázquez. Finalmente, en el último tercio del siglo encontramos a Murillo y Valdés Leal, fundadores en 1660 de una Academia donde se formarán muchos de los pintores activos durante el primer cuarto del siglo XVIII, como es el caso de Meneses Osorio, Sebastián Gómez, Lucas Valdés y otros.
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