Escuela española; finales siglo XVII. “Retrato de dama”. Óleo sobre lienzo. Reentelado. Medidas: 129 x 98,5 cm. La eliminación del fondo y del espacio del interior siendo sustituido por un tono neutro y oscura nos indica que se trata de un retrato plenamente barroco, recurso que el autor utiliza para monumentalizar la figura y marcas más los contrastes entre la oscuridad y la luminosidad de la nacarada piel de la protagonista. Nos encontramos frente a la representación de una dama del siglo XVII, plasmada según los preceptos retratísticos que instauró Juan Pantoja de la Cruz a principios de dicha centuria, recordando a los retratos oficiales coetáneos. La mujer, luce detalles que dejan ver que se trata de una dama de la alta sociedad de la época, ataviada con un distinguido vestido y ricas joyas, destacando el bronce de su vestido donde se aprecia una representación de María Magdalena. Su posición es elegante y distinguida, mientras que con la mano derecha sostiene un abanico, la derecha agarra un delicado pañuelo. El rostro está magníficamente modelado a través de un sabio uso de las luces y las sombras, con acertados contrastes que realzan la plasticidad de los rasgos. Los ojos de la representada captan nuestra atención, pues su mirada se dirige hacia la nuestra. En el siglo XVII, el panorama del retrato europeo es variado y amplio, con numerosas influencias y determinado en gran parte por el gusto tanto de la clientela como del propio pintor. Sin embargo, en esta centuria nace un nuevo concepto del retrato, que irá evolucionando a lo largo del siglo y que unificará a todas las escuelas nacionales: la voluntad de plasmar la personalidad del ser humano y su carácter, más allá de su realidad externa y su rango social, en su efigie. Durante la centuria anterior el retrato se había consolidado entre las clases altas, no estando ya únicamente reservado a la corte. Por ello las fórmulas del género, según avance el siglo XVII y más aún en el XVIII, se irán relajando y alejándose de las ostentosas y simbólicas representaciones oficiales propias del aparato barroco. Por otro lado, el siglo XVIII reaccionará contra la rígida etiqueta del siglo anterior con una concepción de la vida más humana e individual, y esto se reflejará en todos los ámbitos, desde el mueble que se hace más pequeño y cómodo, sustituyendo a los grandes muebles dorados y tallados, hasta el mismo retrato, que llegará a prescindir, como aquí vemos, de todo elemento simbólico o escenográfico para plasmar al individuo en lugar de al personaje.
Escuela española; finales siglo XVII. “Retrato de dama”. Óleo sobre lienzo. Reentelado. Medidas: 129 x 98,5 cm. La eliminación del fondo y del espacio del interior siendo sustituido por un tono neutro y oscura nos indica que se trata de un retrato plenamente barroco, recurso que el autor utiliza para monumentalizar la figura y marcas más los contrastes entre la oscuridad y la luminosidad de la nacarada piel de la protagonista. Nos encontramos frente a la representación de una dama del siglo XVII, plasmada según los preceptos retratísticos que instauró Juan Pantoja de la Cruz a principios de dicha centuria, recordando a los retratos oficiales coetáneos. La mujer, luce detalles que dejan ver que se trata de una dama de la alta sociedad de la época, ataviada con un distinguido vestido y ricas joyas, destacando el bronce de su vestido donde se aprecia una representación de María Magdalena. Su posición es elegante y distinguida, mientras que con la mano derecha sostiene un abanico, la derecha agarra un delicado pañuelo. El rostro está magníficamente modelado a través de un sabio uso de las luces y las sombras, con acertados contrastes que realzan la plasticidad de los rasgos. Los ojos de la representada captan nuestra atención, pues su mirada se dirige hacia la nuestra. En el siglo XVII, el panorama del retrato europeo es variado y amplio, con numerosas influencias y determinado en gran parte por el gusto tanto de la clientela como del propio pintor. Sin embargo, en esta centuria nace un nuevo concepto del retrato, que irá evolucionando a lo largo del siglo y que unificará a todas las escuelas nacionales: la voluntad de plasmar la personalidad del ser humano y su carácter, más allá de su realidad externa y su rango social, en su efigie. Durante la centuria anterior el retrato se había consolidado entre las clases altas, no estando ya únicamente reservado a la corte. Por ello las fórmulas del género, según avance el siglo XVII y más aún en el XVIII, se irán relajando y alejándose de las ostentosas y simbólicas representaciones oficiales propias del aparato barroco. Por otro lado, el siglo XVIII reaccionará contra la rígida etiqueta del siglo anterior con una concepción de la vida más humana e individual, y esto se reflejará en todos los ámbitos, desde el mueble que se hace más pequeño y cómodo, sustituyendo a los grandes muebles dorados y tallados, hasta el mismo retrato, que llegará a prescindir, como aquí vemos, de todo elemento simbólico o escenográfico para plasmar al individuo en lugar de al personaje.
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