Escuela italiana, siglo XVII. “La sagrada familia con San Juanito”. Óleo sobre lienzo. Reentelado. Presenta repintes y restauraciones. Medidas: 52 x 42 cm; 66 x 56 cm (marco). En esta obra el artista ha realizado la representación de la Sagrada Familia, siguiendo los modos dulces y naturalistas propios de la escuela italiana. Vemos a María y el Niño en el centro de la composición, y junto a ellos la figura de San Juanito, ubicado en primer término, y en último plano la presencia de San José que contempla la escena. La actitud cercana entre todos los personajes, es utilizada por el autor, para inspirar y adoctrinar al espectador, consiguiendo así que empatice con la religión a través de una escena de carácter amable. Quizás por ello, San Juanito, que sostiene uno de los brazos de su primo, mira de un modo cómplice al espectador, introduciéndole así dentro de esa intimidad y cotidianeidad de la familia religiosa, siendo el único que interactúa con el espectador. La Virgen dirige su mirada hacia su hijo, quien se la devuelve de tal modo, que parece recriminarle la actitud de San Juan, que tira de su brazo. Mientras tanto San José, simplemente atiende a lo que pasa sin intervenir. La Virgen, que sostiene a Jesús en su regazo, posee las manos ocupadas: en una de ellas porta un libro, que indica su educación, un tema que fue recurrente durante el barroco y posteriormente, mientras que en la otra mano sostiene la caña con filacteria de San Juanito, en la que se intuye que está inscrita “Ecce Agnus Dei” (he aquí cordero de Dios). En el sentido más común de la expresión, la Sagrada Familia incluye a los parientes más próximos del Niño Jesús, es decir, madre y abuela o madre y padre nutricio. En los dos casos, ya sea Santa Ana o San José quien aparezca, se trata de un grupo de tres figuras. Desde el punto de vista artístico, la disposición de esta Trinidad terrestre plantea los mismos problemas y sugiere las mismas soluciones que la Trinidad celestial. No obstante, las dificultades son menores. Ya no se trata de un único Dios en tres personas del cual deba expresarse la unidad esencial al mismo tiempo que la diversidad. Los tres personajes están unidos por un vínculo de sangre, ciertamente, pero no constituyen un bloque indivisible. Además, los tres están representados en forma humana, mientras que la paloma del Espíritu Santo introduce en la Trinidad divina un elemento zoomórfico difícil de amalgamar con dos figuras antropomórficas. Por otro lado, esta iconografía fue tradicionalmente, hasta la Contrarreforma, una representación de la Virgen con el Niño a la que se añadía la figura de San José en un primer plano. No será hasta las reformas de Trento cuando San José comience a cobrar protagonismo como protector y guía del Jesús Niño. A comienzos del siglo XVII, en Italia, al tiempo que Caravaggio alumbraba su ruptura de los convencionalismos manieristas e incluso renacentistas, en Bolonia surgía, de la mano de Carracci, un nuevo modo de entender la pintura que habitualmente viene siendo denominado "eclecticismo". Pretendía integrar lo mejor de cada maestro, en especial Miguel Ángel, Rafael, Tiziano, Veronés y Correggio. Sin embargo, la personalidad de Annibale Carracci le llevó a evolucionar hacia un clasicismo muy personal, que no desdeñaba ciertos logros caravaggiescos.
Escuela italiana, siglo XVII. “La sagrada familia con San Juanito”. Óleo sobre lienzo. Reentelado. Presenta repintes y restauraciones. Medidas: 52 x 42 cm; 66 x 56 cm (marco). En esta obra el artista ha realizado la representación de la Sagrada Familia, siguiendo los modos dulces y naturalistas propios de la escuela italiana. Vemos a María y el Niño en el centro de la composición, y junto a ellos la figura de San Juanito, ubicado en primer término, y en último plano la presencia de San José que contempla la escena. La actitud cercana entre todos los personajes, es utilizada por el autor, para inspirar y adoctrinar al espectador, consiguiendo así que empatice con la religión a través de una escena de carácter amable. Quizás por ello, San Juanito, que sostiene uno de los brazos de su primo, mira de un modo cómplice al espectador, introduciéndole así dentro de esa intimidad y cotidianeidad de la familia religiosa, siendo el único que interactúa con el espectador. La Virgen dirige su mirada hacia su hijo, quien se la devuelve de tal modo, que parece recriminarle la actitud de San Juan, que tira de su brazo. Mientras tanto San José, simplemente atiende a lo que pasa sin intervenir. La Virgen, que sostiene a Jesús en su regazo, posee las manos ocupadas: en una de ellas porta un libro, que indica su educación, un tema que fue recurrente durante el barroco y posteriormente, mientras que en la otra mano sostiene la caña con filacteria de San Juanito, en la que se intuye que está inscrita “Ecce Agnus Dei” (he aquí cordero de Dios). En el sentido más común de la expresión, la Sagrada Familia incluye a los parientes más próximos del Niño Jesús, es decir, madre y abuela o madre y padre nutricio. En los dos casos, ya sea Santa Ana o San José quien aparezca, se trata de un grupo de tres figuras. Desde el punto de vista artístico, la disposición de esta Trinidad terrestre plantea los mismos problemas y sugiere las mismas soluciones que la Trinidad celestial. No obstante, las dificultades son menores. Ya no se trata de un único Dios en tres personas del cual deba expresarse la unidad esencial al mismo tiempo que la diversidad. Los tres personajes están unidos por un vínculo de sangre, ciertamente, pero no constituyen un bloque indivisible. Además, los tres están representados en forma humana, mientras que la paloma del Espíritu Santo introduce en la Trinidad divina un elemento zoomórfico difícil de amalgamar con dos figuras antropomórficas. Por otro lado, esta iconografía fue tradicionalmente, hasta la Contrarreforma, una representación de la Virgen con el Niño a la que se añadía la figura de San José en un primer plano. No será hasta las reformas de Trento cuando San José comience a cobrar protagonismo como protector y guía del Jesús Niño. A comienzos del siglo XVII, en Italia, al tiempo que Caravaggio alumbraba su ruptura de los convencionalismos manieristas e incluso renacentistas, en Bolonia surgía, de la mano de Carracci, un nuevo modo de entender la pintura que habitualmente viene siendo denominado "eclecticismo". Pretendía integrar lo mejor de cada maestro, en especial Miguel Ángel, Rafael, Tiziano, Veronés y Correggio. Sin embargo, la personalidad de Annibale Carracci le llevó a evolucionar hacia un clasicismo muy personal, que no desdeñaba ciertos logros caravaggiescos.
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