Escuela española; medados del siglo XVII. “San Jerónimo penitente”. Óleo sobre lienzo. Medidas: 113 x 86 cm. En esta obra el pintor nos ofrece una imagen cargada de emoción mística, muy propia del arte contrarreformista español. Así, vemos una obra de composición clara y escueta, con el santo de cuerpo entero en primer plano, destacado por la iluminación directa, tenebrista, sobre un fondo de tonalidades oscuras, en cuya zona derecha se puede apreciar, en la lejanía, un paisaje. Como también es habitual en este momento dentro de la escuela española, San Jerónimo aparece, escribiendo y meditando junto a un cráneo humano. Aunque en este caso cabe destacar que el santo sostiene una piedra entre sus manos, mientras dirige su mirada hacia un punto exterior a la composición del lienzo. Junto al santo se pueden apreciar otros atributos iconográficos que definen la figura de San Jerónimo, en primer lugar, el león que le acompaño desde que sacó la espina de la plata, y también las escrituras que le definen como el primer traductor de la Biblia. Uno de los cuatro grandes Doctores de la Iglesia Latina, san Jerónimo nació cerca de Aquilea (Italia) en el año 347. Formado en Roma, fue un retórico consumado, además de políglota. Bautizado a los diecinueve años de edad, entre los años 375 y 378 se retiró al desierto de Siria para llevar una existencia de anacoreta. Regresó a Roma en el 382 y se convirtió en colaborador del papa Dámaso. Una de las representaciones más frecuentes de este santo es su penitencia en el desierto. Sus atributos son la piedra que emplea para golpearse el pecho y la calavera sobre la que medita. También el capelo cardenalicio (o bien un manto rojo), a pesar de que nunca fue cardenal, y el león domesticado. Este último procede de una historia de la “Leyenda Dorada”, donde se narra que un día, cuando explicaba la Biblia a los monjes de su convento, vio llegar a un león que cojeaba. Le extrajo la espina de la pata, y desde entonces lo mantuvo a su servicio, encargándole que cuidase de su asno mientras pacía. Unos mercaderes robaron el asno, y el león lo recuperó, devolviéndoselo al santo sin herir al animal. La pintura barroca española es uno de los ejemplos más auténticos y personales del arte, porque su concepción y su forma de expresión surgieron del pueblo y de los sentimientos más hondos que en él anidaban. Quebrantada la economía del Estado, en decadencia la nobleza y cargado de fuertes gravámenes el alto clero, fueron los monasterios, las parroquias y las cofradías de clérigos y seglares los que impulsaron su desarrollo, siendo costeadas las obras en ocasiones mediante suscripción popular. La escultura se vio así abocada a plasmar los ideales imperantes en estos ambientes, que no eran otros que los religiosos, en un momento en el que la doctrina contrarreformista exigía al arte un lenguaje realista para que el fiel comprendiera y se identificara con lo representado, y una expresión dotada de un intenso contenido emocional para incrementar el fervor y la devoción del pueblo. El asunto religioso es, por consiguiente, la temática preferente de la pintura española de este período, que parte en las primeras décadas del siglo de un prioritario interés por captar el natural, para ir intensificando progresivamente a lo largo de la centuria la plasmación de valores expresivos, lo que consigue mediante el movimiento y la variedad de los gestos, la utilización de recursos lumínicos y la representación de estados anímicos y sentimientos.
Escuela española; medados del siglo XVII. “San Jerónimo penitente”. Óleo sobre lienzo. Medidas: 113 x 86 cm. En esta obra el pintor nos ofrece una imagen cargada de emoción mística, muy propia del arte contrarreformista español. Así, vemos una obra de composición clara y escueta, con el santo de cuerpo entero en primer plano, destacado por la iluminación directa, tenebrista, sobre un fondo de tonalidades oscuras, en cuya zona derecha se puede apreciar, en la lejanía, un paisaje. Como también es habitual en este momento dentro de la escuela española, San Jerónimo aparece, escribiendo y meditando junto a un cráneo humano. Aunque en este caso cabe destacar que el santo sostiene una piedra entre sus manos, mientras dirige su mirada hacia un punto exterior a la composición del lienzo. Junto al santo se pueden apreciar otros atributos iconográficos que definen la figura de San Jerónimo, en primer lugar, el león que le acompaño desde que sacó la espina de la plata, y también las escrituras que le definen como el primer traductor de la Biblia. Uno de los cuatro grandes Doctores de la Iglesia Latina, san Jerónimo nació cerca de Aquilea (Italia) en el año 347. Formado en Roma, fue un retórico consumado, además de políglota. Bautizado a los diecinueve años de edad, entre los años 375 y 378 se retiró al desierto de Siria para llevar una existencia de anacoreta. Regresó a Roma en el 382 y se convirtió en colaborador del papa Dámaso. Una de las representaciones más frecuentes de este santo es su penitencia en el desierto. Sus atributos son la piedra que emplea para golpearse el pecho y la calavera sobre la que medita. También el capelo cardenalicio (o bien un manto rojo), a pesar de que nunca fue cardenal, y el león domesticado. Este último procede de una historia de la “Leyenda Dorada”, donde se narra que un día, cuando explicaba la Biblia a los monjes de su convento, vio llegar a un león que cojeaba. Le extrajo la espina de la pata, y desde entonces lo mantuvo a su servicio, encargándole que cuidase de su asno mientras pacía. Unos mercaderes robaron el asno, y el león lo recuperó, devolviéndoselo al santo sin herir al animal. La pintura barroca española es uno de los ejemplos más auténticos y personales del arte, porque su concepción y su forma de expresión surgieron del pueblo y de los sentimientos más hondos que en él anidaban. Quebrantada la economía del Estado, en decadencia la nobleza y cargado de fuertes gravámenes el alto clero, fueron los monasterios, las parroquias y las cofradías de clérigos y seglares los que impulsaron su desarrollo, siendo costeadas las obras en ocasiones mediante suscripción popular. La escultura se vio así abocada a plasmar los ideales imperantes en estos ambientes, que no eran otros que los religiosos, en un momento en el que la doctrina contrarreformista exigía al arte un lenguaje realista para que el fiel comprendiera y se identificara con lo representado, y una expresión dotada de un intenso contenido emocional para incrementar el fervor y la devoción del pueblo. El asunto religioso es, por consiguiente, la temática preferente de la pintura española de este período, que parte en las primeras décadas del siglo de un prioritario interés por captar el natural, para ir intensificando progresivamente a lo largo de la centuria la plasmación de valores expresivos, lo que consigue mediante el movimiento y la variedad de los gestos, la utilización de recursos lumínicos y la representación de estados anímicos y sentimientos.
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