Escuela andaluza; segunda mitad siglo XVII. “El Buen Pastor”. Óleo sobre lienzo. Reentelado en el siglo XIX. Repintes: 5%. Medidas: 125 x 100 cm; 150 x 127 cm (marco). Esta composición atestigua la mano de un diestro pintor de escuela andaluza. Se presenta un tema que se popularizó en la pintura religiosa andaluza del periodo barroco. Siguiendo la iconografía que identifica a Jesús con el Buen Pastor, y a las ovejas con la humanidad, el rebaño se hacina aquí en torno a la representación de Cristo en cuerpo entero. Una tenue luz celestial cae sobre sus hombros, enfatizando el eje central que ocupa su figura. Jesús extiende un haz de hierva a las que tiene más cerca, distribuyéndose el resto del rebaño a su alrededor en actitudes apacibles. A lo lejos, y en contraste con el tono reposado de esta primera escena, está teniendo lugar un enfrentamiento: un personaje (posiblemente, san Miguel) se defiende de una serpiente, encarnación del mal. Por sus características formales y compositivas, podemos relacionar esta obra con la escuela sevillana de época barroca, perteneciente al círculo murillesco. Aunque Murillo privilegió la caracterización del Buen Pastor como un infante de corta edad, el modo de resolver el paisaje, velado por tenues gamas atornasoladas, y también la pelambre mullida y algodonosa de las ovejas, denotan la influencia del maestro sevillano. Podemos también relacionar el presente lienzo con un cuadro de un pintor sevillano de generación posterior, Alonso Miguel de Tovar. Nos referimos a La Divina Pastora (Colección Carmen Thyssen-Bornemisza), donde también conviven dos escenas: la principal, con la Virgen como Pastora y una escena lejana de lucha de San Miguel Arcángel contra un lobo que trata de atacar a un cordero. El tono bucólico del paisaje y la ternura de los gestos es también afín al cuadro que nos ocupa. El tema del buen pastor es muy antiguo dentro del arte cristiano, y hunde sus raíces en el arte antiguo occidental, en concreto en los Moscóforos de la Grecia Antigua. Los cristianos seguirán estos modelos iconográficos para sus primeras representaciones, como vemos en ejemplos como las catacumbas de San Calixto. En cuanto a su significado, el buen pastor es una alegoría bíblica, referida originalmente a Yahveh y más tarde a Jesucristo. Se interpreta que el buen pastor es Dios, que salva a la oveja descarriada (el pecador). El tema aparece en el Antiguo Testamento, y en los Evangelios se aplica la misma alegoría a Jesús como Hijo de Dios. Se muestra en esta iconografía la Parábola del Buen Pastor que figura en los Evangelios (San Juan 10, 1-6; San Lucas 15, 3-7), en el que se habla del pastor que va a buscar a la oveja perdida, y que fue prefigurado en el Salmo 23 y en el Libro de Ezequiel (34,12), uniendo a Dios con la figura del pastor que cuida de las ovejas, de su rebaño. Dentro del arte, el tema es el más representado en la iconografía paleocristiana, y pueden encontrarse testimonios a partir del siglo II. A partir del siglo IV decae su representación hasta desaparecer totalmente en la Edad Media, pero finalmente se recupera entre los siglos XV y XVI. En el siglo XVII, compartirá protagonismo con la Divina Pastora, un tema que se populariza en el barroco.
Escuela andaluza; segunda mitad siglo XVII. “El Buen Pastor”. Óleo sobre lienzo. Reentelado en el siglo XIX. Repintes: 5%. Medidas: 125 x 100 cm; 150 x 127 cm (marco). Esta composición atestigua la mano de un diestro pintor de escuela andaluza. Se presenta un tema que se popularizó en la pintura religiosa andaluza del periodo barroco. Siguiendo la iconografía que identifica a Jesús con el Buen Pastor, y a las ovejas con la humanidad, el rebaño se hacina aquí en torno a la representación de Cristo en cuerpo entero. Una tenue luz celestial cae sobre sus hombros, enfatizando el eje central que ocupa su figura. Jesús extiende un haz de hierva a las que tiene más cerca, distribuyéndose el resto del rebaño a su alrededor en actitudes apacibles. A lo lejos, y en contraste con el tono reposado de esta primera escena, está teniendo lugar un enfrentamiento: un personaje (posiblemente, san Miguel) se defiende de una serpiente, encarnación del mal. Por sus características formales y compositivas, podemos relacionar esta obra con la escuela sevillana de época barroca, perteneciente al círculo murillesco. Aunque Murillo privilegió la caracterización del Buen Pastor como un infante de corta edad, el modo de resolver el paisaje, velado por tenues gamas atornasoladas, y también la pelambre mullida y algodonosa de las ovejas, denotan la influencia del maestro sevillano. Podemos también relacionar el presente lienzo con un cuadro de un pintor sevillano de generación posterior, Alonso Miguel de Tovar. Nos referimos a La Divina Pastora (Colección Carmen Thyssen-Bornemisza), donde también conviven dos escenas: la principal, con la Virgen como Pastora y una escena lejana de lucha de San Miguel Arcángel contra un lobo que trata de atacar a un cordero. El tono bucólico del paisaje y la ternura de los gestos es también afín al cuadro que nos ocupa. El tema del buen pastor es muy antiguo dentro del arte cristiano, y hunde sus raíces en el arte antiguo occidental, en concreto en los Moscóforos de la Grecia Antigua. Los cristianos seguirán estos modelos iconográficos para sus primeras representaciones, como vemos en ejemplos como las catacumbas de San Calixto. En cuanto a su significado, el buen pastor es una alegoría bíblica, referida originalmente a Yahveh y más tarde a Jesucristo. Se interpreta que el buen pastor es Dios, que salva a la oveja descarriada (el pecador). El tema aparece en el Antiguo Testamento, y en los Evangelios se aplica la misma alegoría a Jesús como Hijo de Dios. Se muestra en esta iconografía la Parábola del Buen Pastor que figura en los Evangelios (San Juan 10, 1-6; San Lucas 15, 3-7), en el que se habla del pastor que va a buscar a la oveja perdida, y que fue prefigurado en el Salmo 23 y en el Libro de Ezequiel (34,12), uniendo a Dios con la figura del pastor que cuida de las ovejas, de su rebaño. Dentro del arte, el tema es el más representado en la iconografía paleocristiana, y pueden encontrarse testimonios a partir del siglo II. A partir del siglo IV decae su representación hasta desaparecer totalmente en la Edad Media, pero finalmente se recupera entre los siglos XV y XVI. En el siglo XVII, compartirá protagonismo con la Divina Pastora, un tema que se populariza en el barroco.
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